¿Acaso estar rodeado de gente implica sentirse acompañado?. ¿Un lugar dónde no poder exteriorizar todas las emociones que llevas dentro?. Muchas normas coartan la libertad, y la ciudad es un hervidero de normas, un criadero de leyes cambiantes promulgadas por entidades tóxicas.
En otros tiempos la precariedad obligó a los jóvenes a abandonar los pueblos, alejarse del campo en pos de un futuro menos incierto. Tuvieron que aprender un oficio que les permitiese obtener un mísero sueldo con el cual subsistir en ese conglomerado. Por el contrario, algunos se movían como pez en el agua, incluso nadando contracorriente.
Con un poco de esfuerzo puedes ahorrar lo suficiente para comprar materiales de evasión, rodearte de comodidades y objetos a lo sumo innecesarios. Hay muchos vendedores de humo, y la publicidad es manifiesta. También podemos juntarnos con amigos, escuchar chascarrillos repetitivos y reír sin mesura despertando neurotransmisores que nos alejen de esta realidad tan confusa.
Está bien querer vivir en la naturaleza, huir de la ciudad, revertir la Historia. Hay muchos pueblos abandonados, muchísimos. Lo primero es empezar con buen pie. ¿Ya vive alguien?, pues hay que tantear el terreno, exponer nuestro plan y procurar acuerdos.
Es mejor no caer en los mismos errores que nos llevaron a dejar la urbe, construir desde cero, crear. Ya sabemos en qué consiste convivir, debes aportar algo o dejar en paz a quienes lo intentan.
Son muchas aldeas sin nadie, la soledad no es mala compañía. Si es eso lo que deseas y encima eres capaz de no sostener conflictos internos, evita convertirte en un huraño. Si ya lo eres, ¡allá tú!.
En fin, la decisión de elegir dónde vivir, es tuya. Y si, por suerte, tienes la oportunidad de hacerlo con la persona que amas, no lo dudes.