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domingo, 14 de febrero de 2021

 
Nunca necesitaste llamar para entrar en mi dormitorio, no importaba si transcurría un minuto, días, meses o años, una sonrisa bastaba. 
Era el lugar donde nos sentíamos más cómodos, apartados del resto del mundo. Nuestro destino parecía obvio, no estaba exento de señales. 
Por suerte guardamos recuerdos, y alguna que otra foto en la cama.

La vida nos puso a prueba al separar nuestros caminos, el tiempo diría si volverían a cruzarse.

Y lo hizo...

No debo agradecer a fuerzas extrañas, sólo a ti, un día despertaste y supiste qué hacer. 
Fue algo inesperado. En el fluir de la desesperanza hice mío el pensamiento de Segismundo: "toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son." 
Dejé de escribir canciones. Desbocadamente te colabas en los versos como musa de mis anhelos, transformándolos en una lluvia persistente de nostalgia y deseo. 

De alguna manera supiste que no estaba bien y quisiste ayudarme. Dejaste todo, tu felicidad y estabilidad, con tal de hacer realidad mi eterna quimera. Avivaste el fuego de la pasión entregándote en cuerpo y alma, sin reservas, cuidando cada detalle por mantener encendida la llama.

Esquivo la mirada en el espejo, los cambios son imperceptibles cuando dejo de prestar atención.
Tú, sin embargo, sigues en la cúspide de la belleza, mantienes intacto ese encanto dulce y travieso que te hace tan especial.