Nuestros remotos antepasados no podían concebir un cielo nocturno sin estrellas (a no ser que estuviese nublado, claro está).
No resulta difícil imaginarlos observando ese mosaico luminoso, el movimiento de astros, absortos, interpretando señales cuando un cometa, eclipse, meteoro o cualquier otro fenómeno cambiaba el guion.
Para muchos, esa opulencia estelar es casi una leyenda urbana, el tiempo ha ido debilitando el nexo de unión con el cosmos. Somos conscientes de que sigue estando ahí, no se ha esfumado; pero existe un inconveniente, es imprescindible desplazarse bien lejos de cualquier luz artificial. Eso no se encuentra a la vuelta de la esquina.
Gracias a la tecnología podemos apreciar la belleza seductora e hipnótica de las galaxias.
Imágenes por infrarrojo sirven de excusa para reflexionar sobre la percepción de la realidad; nada es como parece, y todo es.
Mirad
atentamente esta recreación de la Vía Láctea, nuestro hogar.
Cerca de la periferia, en uno de sus brazos espirales llamado Orión, se encuentra el sistema solar, y desde un planeta azul por nombre Tierra..., el universo se contempla a si mismo.
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