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jueves, 17 de mayo de 2018

Veinte años después

Hoy recibí un sobre anónimo que alguien deslizó por debajo de la puerta. En su interior había una tarjeta hecha a mano, el dibujo de un tren de vapor y un mensaje a remolque que decía: "No me olvides"
Al abrir la tarjeta, la flor que cayó al suelo noqueó mis sentidos; se trataba de una margarita... 
Respiré tan profundo como pude, queriendo alejar cualquier atisbo de esperanza. No es posible -pensé.
Viejos recuerdos sacudieron mi mente desfilando sin ton ni son, como pillados por sorpresa, luchando cada uno por invadir el espacio del otro. Permanecí ensimismado, atento a los detalles. Todos tenían un punto en común: el inmenso amor que sentí por ella.  
Perdí la ocasión de decírselo, llegué tarde y desapareció, desde entonces no he vuelto a la vieja estación; demasiado dolor.
No fue fácil aceptar la derrota. A partir de aquel día mi vida transcurrió como en la novela de George Wells: sentado en la máquina del tiempo y observando cambios fugaces en el escaparate.

Llevo más de una hora revisando con nostalgia el cofre de los tesoros, hacía años que no lo abría. Todos los objetos tienen un gran valor sentimental, pero mi cabeza está en otro sitio. Un día, en el campo, siendo muy jóvenes, corté una margarita y empecé a deshojar sus pétalos.  Laura preguntó: 
- ¿Qué haces?.
- Comprobar si se va a cumplir mi deseo -respondí. 
Ella hizo lo mismo, y después de varios intentos y risas, comprendió que los deseos se piensan, pero no se dicen. Nuestra técnica fue mejorando a medida que crecíamos juntos, era nuestro secreto, un secreto que únicamente Laura y yo conocemos... 


                                                  

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